14.ª ed. — Barcelona: Ramon Sopena, 1917. — 1766 p.
La publicación de un nuevo Diccionario responde siempre a la idea de registrar las voces del idioma en un libro que refleje fielmente el progreso de la lengua y sirva con el tiempo de jalón indicador de una etapa en el camino de su desenvolvimiento. El lenguaje no se estanca: sujeto a evolución, mientras es lengua viva, remózase constantemente, y, al propio tiempo que incorpora a su caudal nuevas voces y expresiones, pierde poco a poco otras que van cayendo en desuso. Los buenos Diccionarios marcan esta evolución, marchan a compás con ella, y cuando se anticuan son verdaderos archivos donde se guardan vocablos que de otro modo, dispersos en los escritos, quedarían totalmente perdidos o ignorados. Su conjunto es la mejor historia del lenguaje, y así su publicación de tiempo en tiempo es no ya útil, sino absolutamente necesaria. Además, el tesoro de un idioma es inagotable, y la labor investigadora, por concienzuda que sea, jamás tiene término: es tan vasto el campo y tan fértil el terreno, que siempre puede trabajarse en él con fruto, sin temor de esquilmarlo. No tendrían, de otro modo, razón de ser, por ejemplo, las sucesivas ediciones que de su Diccionario viene haciendo la Real Academia Española, cada una de las cuales acusa siempre una notable mejora sobre la que precede, como fruto de la intensa labor que la ilustre corporación realiza durante el tiempo que media entre una y otra. Se dirá acaso que existiendo el Diccionario oficial debieran holgar los otros; pero esto queda ya implícitamente contestado más arriba, pues si todo léxico es susceptible de perfeccionamiento, cuanto se haga por recoger los trabajos lexicográficos de todo linaje, depurándolos debidamente mediante un minucioso cotejo, y por enriquecer en lo posible el vocabulario, siempre que se obre con la discreción y el tino necesarios, será labor meritoria: la misma Academia ha manifestado más de una vez, que agradece la cooperación que a su obra prestan esta clase de trabajos y, aunque con aquella parquedad que conviene a su tarea purificadora, acepta a veces vocablos cuya primera noticia adq~iere por conducto de algún lexicógrafo y cuya autenticidad logra comprobar después.