México: Artistic's, 2016. — 208 p. — ISBN: 978-607-8190-12-6.
¿Por qué los estudiantes tienen dificultades para escribir correctamente? ¿Realmente importa si pueden distinguir la diferencia entre la apropiada escritura de las palabras revolver o revólver? ¿Puede solucionarse este problema solo con memorizar reglas ortográficas? Tales interrogantes admiten variadas respuestas. Sin embargo, hay elementos clave para entender por qué los educandos tienen notas desfavorables en redacción y huyen de la ortografía como si de un espíritu diabólico se tratase. En principio, debe recordarse que México, por desgracia, ocupa los últimos sitios en hábitos de lectura: estamos en el lugar 107 de una lista de 108 países, según la OCDE y la UNESCO. Serio problema. Porque no solo se aprende a escribir correctamente realizando ejercicios y memorizando reglas ortográficas, sino ejercitándose diariamente en la maravillosa experiencia de la lectura. Por ello es necesario, como señala Mario Vargas Llosa, Nobel de Literatura, contagiar a los jóvenes el gusto por las letras, porque "una humanidad sin lecturas se parecería mucho a una comunidad de tartamudos y de afásicos, aquejada de tremendos problemas de comunicación debido a lo basto y rudimentario de su lenguaje". Y en este punto a menudo erramos nuestros esfuerzos al imponer la lectura como camisa de fuerza. Daniel Pennac tiene razón: "El verbo leer no soporta el imperativo". Así como no puede obligársele a nadie a soñar, amar o imaginar, tampoco puede forzársele a leer. Este es el reto: enseñar que la lectura no es un deber, sino un placer. ¿Cómo puede lograr esto un maestro? Quizá amando la literatura. La pasión es el método más noble de enseñanza.